La degustación de bocadillos como si fueran tapas

Los bocadillos son una solución perfecta para una noche de cena rápida o para una excursión al trabajo o para un día de campo. Todos tenemos nuestro bocadillo preferido. Tal vez con recuerdos de infancia o que lo hayamos descubierto en una buena noche y nos haya encantado.

Por ejemplo uno de atún con cebolla pochada, uno de calamares a la romana con salsa brava, uno de tortilla de patata con anchoas o con pimientos verdes.

Los bocadillos tienen dos partes fundamentales además del relleno. Una es el pan crujiente, recién hecho, casi sabroso. El otro es la salsa, el acompañamiento al ingrediente principal que así se convierte en secundario, es el “añadido” para completar el bocadillo perfecto.

El bocadillo tiene que tener un tamaño aceptable, digamos que con pan de barra sería el tamaño de un palmo o algo menos. Pero como en todo tipo de platos, la medida es variable, y a muchos este tamaño les parece "muy" pequeño. 

¿Quién no saborearía una degustación de mini bocadillos en pan chapata a base de uno de salmón, otro de atún, tortilla con chorizo, anchoas con pimientos, jamón cocido con queso, calamares en salsa americana y para terminar uno vegetal? 

Es crear pequeños bocadillos como si fueran tapas con sabores distintos pero muy sabrosos e incluso atrevidos. La imaginación a la cocina, al poder del sabor.

Por cierto New York es la gran ciudad de los bocadillos. Al tener mucho turismo y no siempre con posibles y pocos restaurantes comparado por ejemplo con España, el bocadillo es el rey de las opciones. Y el "italiano" es una buena recomendación si tenéis opción. Verduras tipo ensalada, mucho embutido blando y una salsa a elegir.

Sabores para tortilla de patatas con algo más

La tortilla de patata, la tortilla española, tiene muchas posibilidades, pero el gran debate sin solución es sobre si debe llevar o no debe llevar cebolla pochada en su composición, junto al huevo y la patata.

La cebolla es un añadido que le da más suavidad, pero no se debe abusar de ella. En su justo tamaño, muy picada, y a lo sumo como un par de dientes de ajo en tamaño final, para calcular la cantidad.

En algunos bares y restaurantes, diferencian claramente las dos tortillas —con y sin cebolla— pero añaden demasiada cebolla a la de “con”, estropeando algo el resultado final.

Pero a la tortilla de patata le va bien mezclado en su composición junto al huevo y la patata, tanto el ajo, como el pimiento verde pochado muy picado, el pimiento rojo picante, o una chorradita de leche.

Y por encima le va fenomenal unas anchoas, unos pimientos asados o unos filetes finos de jamón serrano por poner algunos ejemplos sencillos.

"Menos es más", una bebida refrescante de CocaCola

“Menos es más” es un producto que parece novedoso aunque en realidad ya existía en el mercado desde otras marcas y con diverso resultado comercial y de sabor.
En 2009 la marca CocaCola lanzó al mercado estas botellitas de “Menos es más” con capacidad de 275 ml con los que se puede hacer dos litros de refresco por botellín.
Sin duda ocupa muy poco espacio en la nevera o en despensa, parece muy interesante, pero hay que aclarar algo importante. No es un zumo de frutas, no es un néctar.
Es una bebida refrescante.
Con similar resultado al que se obtiene con bebidas refrescantes ya muy asentadas en el mercado. Aunque mejor de sabor que todos estos productos de polvo o similares que también se venden para hacer en casa bebidas refrescantes sin tener que almacenar botellas grandes.
“Menos es más” de sabor a naranja —que es el probado— resulta agradable, con la acidez justa, sin burbujas, queriendo parecerse a un zumo de naranja aunque sin conseguirlo, no por mucho, todo hay que decirlo. Sobre precios, hay tanta variedad que resulta imposible pronunciarse.
Mejor relación calidad precio que algunos, peor que otros. Pero al menos con algunas variables interesantes.

Porrusalda, sopa contundente y espesa de puerro

La porrusalda es una sopa espesa y contundente o un guiso de verduras con pescado. Se puede entender de las dos maneras. Sentada esta base teórica principal de la porrusalda entenderemos mejor la complejidad de un plato muy sencillo, de gran sabor pero con muchas variantes según quien la explique o en dónde se toma. Siempre el puerro es la base principal de la purrusalda.

No es la porrusalda un plato vasco aunque lo parezca y a veces se asegure así. Es un plato de campo, de pescadores, del interior de Castilla incluso o de la costa levantina.

En una olla pondremos un litro de agua a hervir y añadiremos un par de minutos unos trozos de bacalao desalado. Lo tendremos un par de minutos cociendo y lo retiraremos para reservar, quitando las pieles que las volveremos a añadir al caldo. En el agua (o ya caldo) pondremos a cocer una cabeza de pescado con unas raspas.

Unos diez minutos de cocción y apagar.

Cortamos en trozos pequeños dos puerros (recordar, es la base de la porrusalda) bien limpios de tierra. La zona verde y tierna de los puerros también se puede añadir. 

Ponemos los puerros en una olla junto a una cucharada de aceite de oliva y media de mantequilla. Pochamos los puerros con algo de sal, con fuego lento y tapado para que el puerro sude y quede suave y blandito. A los 10 minutos de refreír el puerro, añadimos una zanahoria cortada en láminas finas y seguimos dando vueltas. A continuación una patata del tamaño aproximado a la zanahoria cortada en trocitos pequeños.

Añadimos entonces el caldo de pescado ya colado y que hemos hecho antes, y dejamos cocer todo unos 20 minutos. Rectificamos de sal.

Cuando falten unos 2 minutos añadir el bacalao desmigado y remover todo. También se le puede añadir los trozos de pescado limpio que tenga la cabeza del pescado.

Se puede añadir junto al pescado un par de dientes de ajos cortados muy finos, refritos en un poco de aceite y con un golpe de pimentón. Pero para ello te tiene que gustar el ajo. Esta es una de las variebles que no todos utilizan.

Hay una variable mas que es sin pescado. El caldo se hace con una carcasa de pollo en vez de con el pescado, pero el resto del plato es igual al anterior.

También se puede cambiar la patata por unos granos de arroz o incluso añadir también col de hoja finamente picada. Pero en todas las variables, el puerro debe ser el dominante en el plato.


Crepería La Maison, de Zaragoza

Probamos los servicios de una creperie —"La Maison"—, situado en el barrio de Santa Isabel de Zaragoza, un local pequeño, de ambiente familiar, muy bien decorado y con un grifo de cerveza que cuelga del techo. Pero que merece la pena visitar.
Tiene una extensa carta, que abarca desde las ensaladas, a los bocadillos, tostadas, pizzas, platos diversos y por supuesto crepes.
Muy bien presentados, recién hechos y de gran tamaño, nosotros optamos por un crepe de espárragos verdes, gambas y champiñones y otro crepe de pollo con setas y salsa de foie. Muy buenos los dos, más que suficientes para una cena, bien presentados y correctos de sabor y cocina.
Había también de quesos, de marisco, con anchoas, con queso, jamón cebolla y patatas.
De postre, crepe también, pero esta vez de chocolate, nata y nueces, delicioso, pues el chocolate sabía a avellanas y se mezclaba con el toque amargo de las nueces.
También tenían para elegir, batidos, tarta de queso, flan de café o de chocolate blanco, trufas...
Buena relación calidad precio teniendo en cuenta al buen servicio que ofrece su personal. Ideal para cenar con amigos o con la familia. aunque es recomendable reservar mesa para encontrar sitio.

¡Qé Muffin!, de Panrico

Hoy tenemos un nuevo producto de bollería industrial, un producto de Panrico, de la familia ¡Qé!. Su presentación para la venta al público es en un envase individual con un peso de 105 gramos y un precio que puede ir entre los 0,81 y los 0,96 céntimos, según el hipermercado o supermercado donde se compre.

Está relleno de cacao y decorada la zona superior del muffin con un recubrimiento de chocolate. ¡Qué punta más tentadora, parece al abrirse!

Los principales ingredientes de los que está compuesto son de azúcar, harina de trigo, agua, aceite de girasol, huevo líquido pasteurizado, jarabe de glucosa y fructosa, cacao en polvo, leche desnatada en polvo y chocolate.

Es de sabor esponjoso, suave, con un delicioso y tierno sabor del chocolate de la punta. Interiormente está rellena de cacao ocupando este la mitad del muffin. Como dice el eslogan de la marca, tierno de la primera a la última rebanada, se podría aplicar a la fecha de caducidad, diciendo que es tierno desde la fecha de envasado a la fecha de caducidad.
En contra su precio, algo elevado para ser una magdalena crecida hasta producto individual y diferente, que aspira a ser un producto para niños y colegios.

Patatas fritas de bolsa, sabor chorizo

Presentamos un nuevo producto de snack en estee blog de sabores en el año 2010 y opinamos que podría ser un buen producto, unas patatas fritas de bolsa con presunto sabor a chorizo, de marca Lay’s.
Al abrir la bolsa uno se lleva la primera sorpresa, el olor que desprende el producto parece real, huele a chorizo casero, aunque el olor se mantiene solo un tiempo. 

Parece un buen producto. Pero no lo es, y de hecho al rectificar esta entrada en el año 2019, al encontrarme con estas patatas con sabor chorizo debe reconocer que ya no las veo por los mercados. Algo ha sucedido para que en mis supermercados ya no exista este producto.

Y es que al servir en plato las sensaciones no son las mismas que el olor de su apertura. No sabe tanto a chorizo como a queso ahumado, a una mezcla conseguida de patatas fritas de bolsa ya conocidas con sabor a queso, al que parece que le han añadido un toque de ahumado con la intención de parecerse a chorizo.

Resultan eso si, unas patatas de bolsa distintas, pero no son capaces de hacernos convencer de que saben realmente a chorizo. O al menos, al mismo chorizo que se desprendía del olor al abrirse la bolsa. Unas patatas de calidad, bien crujientes, bien de sabor, pero tal vez no logradas en su intento por hacerlas con sabor a pattas fritas de chorizo, como así anuncian. Dependerá también de gustos.

Cómo hacer carpaccio de carne, en casa

Hacer carpaccio de carne en casa nos parece imposible, pues la carne no se deja cortar tan fina como quisiéramos. Por eso optamos por comprar envases de carpaccio ya preparados, caros y a veces con los filetes de la carne muy pegados y con dificultad para presentar bien.

Pero en casa si que podemos hacer un carpaccio fino, incluso muy fino, sin grandes herramientas.

Cortamos o mandamos cortar al carnicero, unos filetes finos de solomillo de ternera. Una vez en casa los ponemos entre dos láminas de film de cocina, de plástico de cocina. Y con el fondo de un cazo grueso le damos un buen golpe encima de una madera hasta estirarlo y aplanarlo. La carne no pierde jugo y queda perfecta. Eso si, el plato hay que prepararlo en el momento de servir.

Una vez la carne delgada y plana, le ponemos sobre un plato, la salamos ligeramente o al gusto, le añadimos algo de pimienta negra recién molida, unas gotas de aceite de oliva, limón si así gusta más por no estar pensando que comes carne cruda, y unos golpes de queso fuerte y seco rallado.

También se puede suprimir el queso y poner cebolla finamente picada junto a pepinillos. O rabanitos en láminas. O incluso simplemente sola la carne con unas chorraditas de aceite picante.

Migas a la aragonesa con panceta

Pocos platos de la cocina española antigua están mejor repartidos que este por toda la geografía. Migas de Aragón o de Extremadura, por poner dos ejemplos bien distantes. Plato de familias humildes, sencillo pero que tiene sus trucos. No hay dos migas iguales.

Corta medio kilo de pan del día anterior en finas rebanadas (o compra una bolsa de pan ya cortado para migas) y colócalas en un cuenco grande, riega las rebanadas de pan a primera hora de la mañana en el que vayas a hacer las migas con un vaso de agua algo salada que irás añadiendo sobre el pan con los dedos de la mano como si regaras el pan con el agua y vete girándolas ligeramente para que el agua les llegue a todas las migas. 

Seguidamente tapa el cuenco con un paño y déjalas durante 3 a 4 horas para que se pongan húmedas. La calidad del pan es fundamental, y aquí sí que cada zona utiliza el suyo propio. Pan de miga, de hogaza, seco pero sin pasarse, pan con sabor pero sin cereales, sino pan de masa madre y de trigo.

Calienta en una sartén grande dos ó tres cucharadas soperas de aceite de oliva, pela y corta en láminas 4 dientes de ajo y dóralos en la sartén añadiendo unos 150 gramos de panceta curada con tocino cortado en daditos. 

Cuando los ajos estén dorados (unos los dejan y otros los retiran para que no se apodere el ajo del plato), incorpora el pan y remueve todo el conjunto para que se mezcle. Debes continuar con las vueltas de las migas durante los aproximadamente los 15 minutos que les cuenta hacerse a las migas. 

El pan debe quedar bastante desmigado y se debe quedar ligeramente pegado a la cuchara de madera con la que demos vueltas al pan. 

Servir las migas de pan refritas con granos de uva negra o blanca, según gustos. Hay personas que prefieren una patata asada, desmigada añadida en el último momento como las uvas. Y otras junto a la panceta añaden chorizo picado y desmigado, incluso en algunos casos algo picante.

Vinagreta de ajo y miel. Mezcla de ácido y dulce

Vamos a dar una pista para hacer unas vinagretas diferentes, que nos pueden servir para ensaladas, para pescados, patatas, espárragos o incluso cuscús o algo de pasta.
Mezclamos medio ajo muy finamente picado con una cucharada sopera de miel, una cucharadita pequeña de mostaza de grano, una cucharada sopera de zumo de limón y cucharadas soperas de aceite de oliva. Mezclamos bien y tenemos una salsa vinagreta diferente.
Podemos suprimir el ajo, cambiarlo por cebollino o perejil o pimienta negra. Podemos aumentar algo la miel para hacerlo más dulce o el limón para hacerlo más ácido. Aquí os dejo las variables, a vuestro gusto.

Ternasco de Aragón. Recetas y explicación

La carne de ternasco corresponde a la carne de los corderos menores de 90 días que pertenecen a alguna de las siguientes razas ovinas autóctonas aragonesas: raza Rasa Aragonesa —la más extendida en Aragón—, Ojinegra y Roya Bilbilitana. Es un tipo de carne que se encuentra en todas las carnicerías de Aragón y en muchos de sus Grandes Superficies, con unos sellos indicativos para que no existan dudas de su procedencia.

Es un cordero con un peso en vivo de unos 12 kilos, aunque en algunos pueblos de Aragón se sacrifica más joven y pequeño con 70 días y unos 10 kilos en vivo. 

Es una carne ideal para hacer frita o asada, con un sabor a carne joven y nada fuerte, sin sabores a hierba o a un animal sacrificado, lo que le confiere gran calidad para recetas en las que se desea una carne con sabor natural, algo complejo con otras razas de corderos.

Las recetas más conocidas en Aragón para este tipo de carne son las paletillas asadas, las costillas fritas en poco aceite y si acaso con algo de ajo y perejil o empanadas en huevo y pan rallado, los jarretes guisados o los bajos de ternasco muy fritos (casi churruscados) o guisados como los jarretes. Sin olvidarnos de la maravilla de carne de ternasco a la brasa para días de fiesta y celebración.

Ensalada templada de setas y jamón

Vamos a plantearnos una ensalada templada de setas (o champiñones si no tenemos setas) que es muy sencilla de hacer y que resulta una manera diferente de presentar una ensalada.

Sobre una lechuga de cualquier tipo y picada fina junto a un poco de cebolla que no pique y unos granos de maíz, más medio tomate cortado en láminas regado con un poco de vinagre y sal, montaremos el plato sobre unas hojas de endivias para dejarlo algo más decorado.

En una sartén ponemos a freír en una cucharada de aceite un picado fino de jamón serrano. Cuando el jamón esté hecho sin pasarse, lo retiramos y añadimos a la sartén una setas picadas pequeñas. Pueden ser setas de cardo o si por tu zona y temporada tienes la suerte de tener unas setas mejores, pues mucho más maravilloso. La salteamos en el aceite hasta que estén hechas pero sin pasarse.

Terminamos el plato poniendo sobre la ensalada y en caliente las setas, luego el jamón salteado para terminar añadiendo por encima de todo el aceite de freír ambos.

Y a servir antes de que se enfríe del todo el plato, que tiene que ser templado.

Puedes añadir un poco de queso rallado por encima o unas alcaparras o unas rodajitas de olivas cortadas sin hueso o incluso a la hora de freír las setas añadir unos ajos laminados. Depende ya de gustos.

De cómo el cocinar nos hizo más humanos

La cocina es un rasgo distintivo y único de la especie humana. Ningún otro animal tiene capacidad intelectual para prepararse ni tan sólo un filete a la parrilla –lógicamente, tampoco su anatomía se lo permitiría en la mayoría de los casos–. Y, sin embargo, al contrario de lo que podríamos pensar, cocinar no es para nada un invento moderno, sino que tiene cientos de miles de años, como también el acto de reunirse alrededor de unos buenos manjares.
De hecho, cocinar podría ser incluso anterior a la humanidad. Existe una hipótesis científica novedosa que defiende que el arte de preparar la comida fue el detonante que nos hizo abandonar definitivamente a nuestros antepasados simios y convertirnos en personas. Y no sólo eso, sino que además, cocinar impulsó el desarrollo de sociedades complejas. "Nuestra capacidad para mejorar el consumo y aprovechar los alimentos es la clave para entender el salto evolutivo que nos separó del resto de los simios", afirma el primatólogo y profesor de Antropología Biológica de la Universidad de Harvard, Richard Wrangham

"No somos lo que comemos, sino el cómo lo comemos".

Cambiando de dieta Hasta ahora, la idea más aceptada entre la comunidad científica era que la incorporación de carne cruda a la dieta de nuestros antepasados homínidos había permitido el cambio evolutivo en la especie humana. Hace unos siete millones de años, los simios dejaron de vivir en los árboles para hacerlo en la sabana, debido a que las condiciones climáticas se modificaron y los árboles comenzaron a escasear. Aquellos individuos llevaban una dieta a base de frutos, tallos, hojas, ciertos granos y semillas e insectos, es decir, alimentos que les aportaban pocas calorías, por lo que tenían que invertir la mayor parte de su tiempo en buscar comida si querían sobrevivir.

El primer gran cambio en la alimentación se produjo cuando descubrieron lo que había bajo el suelo –seguramente de forma accidental excavando con algún palo–: los tubérculos y rizomas, verdaderas bombas energéticas, cuenta Eduardo Angulo, biólogo celular y profesor de la Universidad del País Vasco, autor de El animal que cocina. Gastronomía para homínidos (451 Editores, 2009). 

"Aquello fue un salto importante, porque podían obtener más energía, lo que les aseguraba un éxito reproductivo mayor y su supervivencia".

El siguiente gran paso, defiende el paleontólogo Juan Luis Arsuaga, codirector del yacimiento de Atapuerca, se produjo con el hallazgo del tuétano de los huesos, lleno de células de sangre y muy rico en calorías. Quizás, un australopiteco, el primero de nuestros antepasados que fue capaz de andar sobre sus dos piernas, en África, golpeó por azar con una piedra el hueso de algún animal muerto, lo que hizo salir el tuétano. Lo chupó y le gustó.

No obstante, esa dieta a base de plantas, tubérculos e insectos hacía que aquellos primeros homínidos tuvieran un sistema digestivo enorme, con unos intestinos larguísimos, que necesitaba estar muy irrigado con sangre, que acaparaba casi por completo el sistema nervioso y que los obligaba a destinar la mayor parte de su energía a la alimentación. El aparato digestivo resultaba extremadamente costoso en términos de recursos e impedía que se desarrollaran otros órganos, como el cerebro. Y también consumía mucho tiempo. Apenas podían hacer otra cosa a lo largo del día que no fuera buscar comida y comer.

Todo eso empezaría a cambiar con la incorporación a la dieta de la carne cruda. Fue toda una revolución, porque la carne "es mucho más cercana a nosotros, que estamos hechos de músculos, que las plantas, y más fácil de digerir que estas. Aporta muchas más calorías por gramo que los vegetales. Fue un cambio importantísimo, porque eso hizo que pudiéramos tener un tubo digestivo más corto, que gastara menos energía, y esa energía se empezó a destinar a otras partes del cuerpo, sobre todo al cerebro", explica Angulo.

"Los homínidos comenzaron a cambiar su dieta casi exclusivamente vegetariana por otra con más contenido en proteínas y grasas de origen animal e iniciamos un proceso para lograr una inteligencia cada vezmayor y única entre los primates", afirma José María Bermúdez de Castro, paleoantropólogo y codirector del yacimiento de Atapuerca, autor del libro Hijos de un tiempo perdido: la búsqueda de nuestros orígenes (Ed. Crítica, 2004). 

"Comer carne no nos hizo más inteligentes, pero para conseguir esta fuente de energía tuvimos que tener unas capacidades intelectivas que no necesitaban los australopitecos", añade.

Este cambio en la dieta tuvo repercusiones fisiológicas en los homínidos: el tubo digestivo comenzó a recortarse, puesto que ya no se necesitaba un aparato tan largo y complejo para digerir los vegetales. De esta manera, el cuerpo ahorraba energía que se podía emplear en el desarrollo del otros órganos. Así, conforme el aparato digestivo iba menguando, el cerebro iba creciendo. El Homo erectus, que apareció hace 1,8 millones de años, ya tenía un 42% más de capacidad craneal que el Homo habilis, que habitaba la Tierra desde hacía 100.000 años antes. Pero la carne no sólo supuso cerebros más grandes, sino que también puso punto final a la necesidad de estar todo el día comiendo para mantener los niveles de energía necesarios. Y eso les dejó tiempo libre para empezar a relacionarse más con sus compañeros e incluso intimar más y tener más hijos.

¿La cocina nos hizo humanos? 

Sin embargo, para el primatólogo de Harvard Richard Wrangham y otros investigadores, la última vuelta de tuerca, la decisiva, fue el hecho de que nuestros antepasados empezaran a cocer la carne. Porque eso la hacía más digerible y se liberaba aún más energía que se podía destinar, entre otras cosas, al cerebro. Según este investigador, el Homo erectus (aparece hace 1,8 millones de años) ya pasaba los tubérculos por el fuego y transformaba otras plantas, aunque de forma rudimentaria.

La idea de que cocinar nos hizo humanos se le ocurrió a Wrangham una tarde de otoño de 1997, mientras estaba sentado frente a la lumbre en su casa. Entonces, recordó la comida que engullían los simios que estudiaba desde hacía años y cómo tardaban horas en devorar la carne y las verduras crudas y otras tantas en digerirlas. Pensó en la gran diferencia que supondría para ellos si pudieran cocinar: los alimentos serían mucho más digeribles y destinarían menos tiempo y energía al acto de comer. Y entonces se le encendió la bombilla: ¿y si lo que había propiciado el último gran salto evolutivo, lo que nos había convertido en seres humanos, fue, justamente, la cocina?, se preguntó. Y comenzó a investigar.

Realizó varios experimentos, uno de ellos con serpientes pitones. Primero les dio carne cruda, sin procesar, y midió su índice metabólico. Vio que aquellos reptiles necesitaban hacer trabajar el estómago bastante para digerirla. A continuación, les ofreció carne triturada y vio cómo el índice metabólico bajaba. Lo mismo ocurría con otros animales, como el chimpancé, que debía dedicar cinco o seis horas para comer y digerir carne cruda, y, en cambio, apenas dos o tres cuando estaba procesada.

Y quizás eso fue también lo que les pasaba a nuestros antepasados. Al pasar la carne por el fuego, a unos 60 o 70ºC, se derrite el sistema conjuntivo, lo que reduce al mínimo la fuerza que hay que hacer para cortarla y masticarla. Lo mismo ocurre con los vegetales: no es lo mismo hincarle el diente a una patata cruda que a una frita o hervida. Cocinar rompe las células de los alimentos, lo que hace que nuestros estómagos tengan menos trabajo para liberar los nutrientes que el cuerpo necesita. Es como una especie de predigestión.

"El uso del fuego para tratar los alimentos es muy antiguo. Seguramente, cuando se producía algún incendio en el bosque, primero huían pero luego volvían al escenario para aprovechar la carne de los animales que se habían quemado. Nuestros antepasados eran bastante carroñeros", considera Angulo. 

Pero en aquel entonces aún no sabían ni conservar el fuego para poder usarlo rutinariamente ni encenderlo; para ello, tuvieron que pasar millones de años. Y es alrededor de este segundo fuego, el intencionado, donde ahora los científicos creen que apareció el Homo sapiens. Es decir, nosotros.

Sin embargo, la teoría de Wrangham resulta controvertida entre la comunidad científica. Antropólogos, arqueólogos y paleontólogos afirman que es errónea porque, hasta el momento, no se ha podido comprobar de ninguna manera que nuestros ancestros controlaran el fuego desde hace tanto tiempo como para poder asar los alimentos, según sostiene este primatólogo de Harvard. Los restos más antiguos de cenizas de que se tiene constancia tienen alrededor de 790.000 años y están en un yacimiento israelí, Benot Ya"aqov. De ahí que la mayoría de los investigadores opine que la cocina surgió hace sólo 500.000 años. En cambio, Wrangham defiende que el Homo erectus, de hace 1,8 millones de años, ya asaba los alimentos, y alega que es realmente difícil detectar la arqueología del fuego, por lo que hace caso omiso a estas críticas a su teoría.

Somos como comemos Preparar los alimentos produjo una serie de cambios en el organismo y la fisonomía de los primeros homínidos. Para empezar, como les costaba menos masticar y digerir la carne cocinada, empleaban menos energía y las calorías sobrantes les servían para, por ejemplo, tener un mejor sistema inmune, poder caminar mayores distancias, dedicarse a engendrar más crías y que estas fueran más fuertes. A su vez, las crías podían pasar de alimentarse de la leche materna a comer verduras y carnes cocinadas más fácilmente, lo que liberaba antes a sus madres, que, de esta manera, podían iniciar de nuevo el ciclo reproductivo.

El aprender a manipular y preparar los alimentos comportó cambios físicos. Los dientes se hicieron más pequeños, así como la caja torácica, que ya no debía albergar unos intestinos enormes. No obstante, los cambios más importantes se produjeron en nuestra materia gris. El cerebro aumentó de volumen, llegó hasta el 1,4 kg de peso actual y se convirtió en el más grande del reino animal en relación con nuestro tamaño.

Los fogones, además, permitieron que el tiempo que aquellos homos destinaban antes a devorar la carne y las verduras crudas lo pudieran emplear en cazar, en montar mejores campamentos y en dedicarse a otros quehaceres, como por ejemplo, trabar relación con el vecino y empezar a socializarse. Y es que, de no cocinar, tendríamos que pasar una media de cinco horas ingiriendo comida cada día para poder extraer las calorías que nuestro organismo necesitaría para sobrevivir. Y nos pasaríamos nada menos que unas seis horas digiriendo. Eso nos dejaría bien poco tiempo para trabajar, dormir, estar con la familia o ir al cine.

Para Eduardo Angulo, investigador de la Universidad del País Vasco, la cocina, además, obligó a ejercitar el intelecto en otro sentido, puesto que cocinar supone planificar la recolección o captura del alimento, conservarlo, decidir si se da más o menos alimento a los niños, o si a los ancianos les tocan las piezas más tiernas. Las tareas relacionadas con la preparación de los alimentos comenzaron a diferenciar los roles de hombres y mujeres –una diferenciación que ahora la sociedad trata de corregir–: mientras ellos se dedicaban a la caza, ellas guardaban la comida y la preparaban.

Es más, cocinar, ahumar o preparar los alimentos para conservarlos era un trabajo en equipo, por lo que ayudaba a establecer mayores lazos entre los miembros del grupo. Y en ocasiones, se utilizaba como reclamo para el sexo. De ahí que algunos paleoantropólogos opinen que la cocina nos convirtió en la especie inteligente y sexual que somos.


Artículo de La Vanguardia, pinchar aquí y leerlo original

Queso Cabrales o Roncal, como postre dulce

Los quesos fuertes de sabor y en especial los quesos tipo azules como los Cabrales aunque también sirven los curados y muy curados, se pueden servir en plato como un postre dulce, si le añadimos una fruta.

Cortamos unos filetes finos de Cabrales, Gamoneu, Idiazabal, Manchego o Roncal curados y ponemos por encima del queso o bien unas gotas generosas de miel o bien unos filetes de uvas blancas o unas láminas de pera dulce, o un poco de mermelada ácida como se hace en Europa. 

El cambio de sabor del conjunto es fabuloso, se realza el queso y se obtiene un nuevo producto que encaja maravillosamente con un cava, un moscatel, un vino generoso, un vino rancio.

Aconsejo la prueba para convertir un queso fuerte en algo novedoso con unos pequeños cambios en la presentación. Una simple miel o una fruta. Si la miel es de sabor fuerte mucho mejor.

Huevos cocidos cuadrados



Si alguna vez ha tenido la necesidad imperiosa y urgente de hacer unos huevos cocidos cuadrados, tiene la solución en un aparatito de precio no muy caro. Sobre unos seis euros.

Si quieren conocer la dirección, pinchen aquí.

Nuestras cocinas están llenas de trastos y nunca se sabe hasta qué punto no sirven…, para casi nada.

Lo cierto es que según vas comprando, te vas dando cuenta de que lo clásico es lo básico y más que suficiente. Pero servir huevos cuadrados, tiene su punto.