El feo error del Gran Café de Barcelona

Efectivamente se puede decir ahora que esta copa estaba "bebida", pero mi trayectoria en este blog avala mi sereno juicio en los análisis de productos y restaurante. A veces en las redes me dicen que soy excesivamente blando.
Éramos asiduos del Restaurante El Gran Café de Barcelona en nuestros viajes por la ciudad, por su atención y su hermosa sala, que desde el año 1920 viene sirviendo comidas en la calle Avinyo de la Ciudad Condal. Zona céntrica pero algo escondida de los recorridos turísticos, lo que hace que sus clientes seamos en gran medida gentes que conocemos el lugar, habituales del turismo o de la propia ciudad.

Con los años han ido cayendo en el olvido los aperitivos y ha crecido el precio por encima de lo normal, pero hasta ahora la relación era correcta y por ello seguía siendo habitual acudir a comer en nuestros viajes. Esta semana ha sido la última.

El Jefe de Sala cometió un error de principiante que todos sabemos entender, excepto si además de la equivocación se pone “furo” e insiste en sus pretendidas razones. Solicitamos vino blanco con el menú ejecutivo de 14,5 euros por persona. Siempre sirven una copa. El joven camarero nos sirvió vino con la botella escasa y tras servir una copa se quedó corto en la segunda como podemos ver en la imagen. Nos sonrió y se acercó a escasos dos metros a la barra para recoger otra botella, abrirla y disponerse a completar el servicio del vino. El Jefe de Sala (persona con años en el mismo lugar) se acercó al joven camarero y le dijo que NO, que ya valía, que no había que completar la copa, pero con tal mal detalle que pudimos escuchar la conversación y ver el gesto dada la escasa distancia. Cuando yo solicité una aclaración al Jefe de Sala por la gran diferencia de cantidad de vino entre las dos copas, se calló pero al darme la espalda me dijo que el error no era la copa con poco caldo sino la copa excesiva que el joven camarero me había servido. En ese momento, efectivamente, salté como un tigre en celo. Nunca los aprendices tienen la culpa de nada. Nunca. Aquel dedo de vino puede costar entre 20 y 30 céntimos de euros. Está muy mal ahorrarlos, pero mucho peor intentar explicar el error con otro error que seguro iba a mover la sangre de cualquier cliente de cierta edad. ¿En qué Escuela de Hostelería se enseña que ahorrarse 20 céntimos sea además algo que hay que defender con una explicación que convierte al cliente en tonto por no darse cuenta del motivo?

Para primero solicitamos un calabacín relleno, algo escaso de tamaño pero excelente de sabor y punto. Para segundo una fideuá de mejillones y calamar, fría y sin duda desustanciada y muy alejada de lo que debe ser un plato donde el tipo de caldo que se emplee para su realización es lo único que garantiza que esté correcto. De postre un plátano flambeado que estaba muy seco junto a una bola de helado de frutos rojos que estaba exquisito. Perdimos el servicio de café pues deseaba huir de allí y perdimos un buen lugar para estar, mientras ellos han perdido a un cliente por dos errores absurdos de un profesional de sala que se comportó como un chiquillo aprendiz. O cuidamos más al turismo habitual, que se diferencia del que acude un día y desaparece por varios factores, o estamos condenados a sufrir la crisis durante excesivos años.