Ya tenemos en este siglo XXI unos cerdos en España con un 20% menos de grasa que hace unas décadas a costa de
alimentarlos de remolacha y aceite de girasol. Puede parecer correcto, pero no siempre es así, pues cambia el producto final, los sabores, y sobre todo sí, admitimos que los alimenten de remolacha, pero no admitimos que les den ciertos medicamentos. Y se los dan.
A la vez nos enteramos que con
ovejas e incluso con perros enfermos se fabrican piensos para animales y que en algunos análisis de carnes realizados a las
hamburguesas de medio país, se han encontrado trazas de carne de caballo además
de un exceso de grasa y partes animales de complicada explicación para no meter
miedo.
¿Qué comemos realmente por culpa de los fabricantes de productos manufacturados?
Se respeta los controles sanitarios, que no es poco, pero
pasando este filtro, parece que todo vale con tal de ganar dineros de más.
Puede que no enfermemos (de momento) con estas papillas de laboratorio, pero al
menos deberíamos saber qué comemos.
Tras ver el programa “Pesadilla en la
cocina” las ganas de comer en restaurantes ha decrecido pues la limpieza es una
constante a la baja. ¿No hay suficientes inspectores en un país con tantas personas en el paro?
En algunos (muy pocos) mercados de España se venden partes
de los cerdos y terneras que no es posible encontrar en ningún otro mercadillo o supermercado.
Vísceras o partes poco nobles, pero que sirven para alimentarse y han servido de siempre en la gastronomía española. Pero…?
¿A dónde van a parar estos despieces de la
inmensa mayoría de animales sacrificados y que no se venden en mercados o supermercados? Efectivamente, al pienso, a caldos, a productos en donde no siempre se explica.