El vino caliente más antiguo, con más de dos mil años a sus espaldas, es una mezcla que se deja en maceración, de un litro de vino junto a una cucharada sopera de miel que mezclaremos en el vino mientras se calienta al fuego pero nunca dejando que hierva el líquido para evitar que se nos vaya el alcohol, y al que añadiremos unos granos de pimienta negra y unas hojas de laurel. Se deja todo en maceración al menos dos días, apagando el fuego y dejando que se vaya enfriando la bebida.
El vino de entonces era tinto y por eso seguimos recomendando vino tinto, pero un vino blanco encaja muy bien en esta receta. Lo mezclaban con resina de pino, con frutos secos o dátiles, con regaliz, con sal, con agua de mar o incluso con mirra e incienso. Siempre con miel y con especies y por ello hemos dado una versión sencilla, peor si alguien se quiere acercar hasta el parque de su cuidad y rascar algo de resina de un pino para probar, que nos cuente cómo le va después de beberlo.
A la hora de servir se filtra y se sirve caliente, dicen que entre 60º y 70º de temperatura. Bebida antigua para inviernos duros y sin calefacción.