El otro día entré en una guapa tienda de
quesos en una gran ciudad conocida por sus posibilidades gastronómicas. Era el
centro histórico y por ello también el turístico. La tienda era guapa sin
abusar, nueva y bien montada, con un buen número de quesos de la zona y
productos internacionales tal vez mal indicados, con algunos casos sin precio
ni nombre.
La joven que atendía era muy agradable y
simpática, elegida para ser buena vendedora por su porte, sin duda.
Se lo puso fácil.
—¿Qué quesos fuertes tenéis?— pregunté
pensando que era fácil encontrar asesoramiento entre tanto buen producto.
Sonó a raro, el silencio acompañó durante
unos segundos el miedo a la respuesta. Miedo compartido conmigo que enseguida
detecté que me podría responder con cualquier cosa.
—¿Azules?— me respondió tras el silencio,
demostrando que de quesos había probado pocos y que efectivamente no sabía lo
que tenía en tienda.
Efectivamente no buscaba azules, pues estos
se piden por su adjetivo. Buscaba quesos con sabor, curados, de pastor,
caseros, de crianza si quieres, pues si algo sobraba por la geografía de la zona
eran vacas, verdes campos y ovejas.
La sensación altamente detectada en los
últimos meses es que la profesionalidad es algo que no se busca en las empresas,
que nos podemos gastar una pasta gansa en decorar un local de cerveza artesana,
de material para albañiles o de botones para costureras y elegir a los
dependientes entre los más bellos, siempre que quieran cobrar poco. Y para ello
nada como buscar gente sin experiencia y a ser posible con poca formación.
La joven dependienta de los quesos se dio
cuenta de que no me lograba llevar a su campo pues yo no le pedía señalando con
el dedo índice sino preguntando, lo cual estuvo muy bien por su parte y me
escuchó más de lo que acostumbra. Seguro. Al final logré llevarme dos quesos,
uno de pastor ahumado y otro gallego imitando a un italiano con gran sabor y
curiosamente muy lograda la imitación por un buen precio. Pero quedó claro tras
el encuentro que así no salimos de la crisis pues no valoramos el gran activo
que es "saber" lo que se vende. Ella, que de tonta no tenía nada,
supo interpretar sin decir nada que no es correcto vender sin saber y yo supe
que su futuro no era vendedora de quesos pues ni le gustaban ni los apreciaba.
Durará poco. Como España en su recuperación artificial.