La cocina en la prehistoria tuvo que nacer junto al fuego,
lo que les abría dos posibilidades fabulosas. Poder cocer y poder asar. El
fuego se conocía mucho antes de poder dominarlo o de lograr crearlo, por medio
de tormentas en los veranos secos. Tal vez así se dieron cuenta de la
importancia del calor para transformar carnes viejas y duras en alimentos que
se podía consumir y que cambiaban de sabor con el fuego.
En aquellos tiempos se utilizaban también hierbas olorosas y
medicinales, y sin duda algunos minerales que les gustaba chupar y les ayudaba
a conseguir sales minerales, muy necesarias para la propia vida.
La mezcla de agua con sales minerales, hierbas, verduras o
raíces, hacían que el puchero o los caldos fueran por lógica uno de los
primeros platos cocinados. Si nos fijamos estamos hablando de los hoy muy
considerados cocidos, como primeros platos de la cocina prehistórica por pura
lógica.
Antes de la cerámica se podía cocinar entre pieles curtidas
de animales, que al estar húmedas, podían contener a modo de capazo líquidos
sin ser derramados y además soportar bien el fuego para cocinar sin que se
quemara la piel, siempre húmeda por efecto de los caldos interiores que se
cocinaban. Brebajes que tanto servían para cuidar al anciano o enfermo como para
alimentar a todos o ablandar las carnes de peor calidad.
Eran comedores de carroña, de carne a punto de estar
putrefacta lo que les facilitaba conocer las distintas fases de estas carnes
hasta ser imposibles de tomar. Esto les permitía conocer las diferentes partes
de los animales e interactuar con las mejores para ahumarlas, dejarlas secar al
sol, salarlas o dejarlas que el mismo tiempo actuara sobre ellas a modo de
cocción natural que las ablandara.
Todavía en la actualidad, los humanos aceptamos el olor a
brasas como el preludio a una buena comida, tal vez por programaciones
ancestrales en nuestros cerebros. La madera quemada nos lleva a empezar a
deleitarnos, como tal vez tenga también reminiscencias de aquellos tiempos el
que sigamos deseando las carnes poco hechas para que no sean duras, pero
pasadas por el calor para que se vuelvan algo tiernas y para matar el olor a
putrefacción pues las carnes necesitan ahora y más en aquellos años, un tiempo
de maduración tras morir.
Seguimos empleando muchos siglos después métodos de cocción
muy simples y efectivos. Calentar una gran piedra plana sobre las brasas del
fuego, y poner la carne encima de esa piedra bien caliente que se cocina con
sus propios jugos y grasas. O seguimos haciendo parrillas, asados sobre brasas
o sobre fuegos pero a una cierta distancia para que se haga poco a poco o
incluso seguimos envolviendo raíces en pieles (hoy en papel estraza mojado)
para enterrarlas entre las brasas o las cenizas y lograr que se hagan casi al
vapor de su propia humedad y el calor residual del fuego. Son las clásicas
patatas asadas que en aquellos años y
por Europa serían nabos o raíces tipo zanahoria pero también grandes trozos de
calabazas o similares, pues no existían patatas o boniatos.