A veces las recetas viejas, cuando las farmacias eran cosas no habituales, eran también una mezcla de remedios caseros de muy diverso tipo. Hoy cocer el zumo de naranja ya sabemos que supone perder gran parte de sus vitaminas. Pero en otros tiempos se potenciaba lograr puntos de espesura, de sabor, que lograran resolver dolencias o como en este caso, simplemente para calmar la sed en veranos duros y de mucho trabajo en el campo o para calmar a personas con nervios o malos pensamientos.
Con naranjas bien maduras para que el zumo fuera potente y con toda su energía del sol dentro de la fruta, las “estregaban” o esprimían hasta sacarles el zumo que era filtrado y reservado.
En una caldera al fuego ponían azúcar purificado y muchas veces molido hasta lograr ese punto de cocción del azúcar donde sin perder su transparencia empezaba a estar espeso, sin llegar al caramelo. En ese momento lo apartaba y le añadían el zumo de la naranja. El doble de azúcar que de zumo de naranja o incluso de limón.
Mezclado el azúcar casi caramelo pero sin tomar color junto al zumo de los cítricos, lo volvían a poner al fuego hasta obtener un grado de espesor similar al de un licor, un jarabe suave. Y entonces lo retiraba y lo dejaban enfriar para después embotellarlo.
Era, decían, un buen atemperante, y sin duda una buena bebida para calmar la sed. Aunque lo más curioso es su labor de atemperar a las personas, de templarlas, de ponerles con calma dentro de su carácter, a costa de beber este jarabe de naranja.