Hace más de 200 años ya se decía que las carnes antes de ser asadas debía soportar unas horas un adobo que les restara algo de sabor fuerte de carne recién muerta y sobre todo para ablandarlas un poco pues por aquellos años se consumían animales de más edad, más duros y maduros.
Se picaba tocino blanco crudo y/o lo que ahora conocemos más como sebo y manteca de cerdo —ya sé que son elementos distintos— muy finamente en una cantidad suficiente como para luego dar una capa a la carne que se vaya a poner a asar. A esta grase se le añadía un buen majado de perejil picado, media docena de ajos picados para una ración de unos 4 comensales, pimienta negra y pimento rojo para dar sabor, más una cucharada sopera de vinagre de vino y dos cucharadas de aceite de oliva.
Todos estos ingredientes se mezclaban bien y se envolvía la carne con el majado para dejarla al aire libre —no había neveras, claro— entre 12 y 36 horas según la carne fuera joven o de mayor.
Con todo el majado se ponía a asar a fuego fuerte al principio y se iba rociando con los majados para el asado que se deseara según el tipo de carne que se ponía a asar.