Las patas de pollo (en algunos lugares se les llama escarbaderas), el final de la pata del pollo en donde tiene los dedos y las uñas, se han comido en España en las épocas de más necesidad y hambre, guisadas o en caldos y cocidos.
Pero todavía se siguen guisando como plato típico en algunos países de Iberoamérica, con recetas muy antiguas buscando la gelatina de este alimento, que tiene un gran trabajo de limpieza.
En algunos mercados se venden ya limpias de la piel exterior, que es lo que más cuesta de retirar tras la primera cocción o tras pasar por al calor de una llama del butano para quemar esa piel dura y limpiarlas en profundidad.
La cocción es lenta por lo que se recomienda emplear una olla rápida o express en donde deberán permanecer entre 20 y 30 minutos, según os gusten más o menos enteras y duras. Yo las prefiero (por decir algo) que conserven su forma y para ello con 20 minutos en la olla y dejar que se enfríen en su caldo, es suficiente.
Con un simple refrito de cebolla y ajo al que añadimos una cucharada pequeña de harina y cuando ya esté cocida (refrita) esta, añadirle un vaso de vino blanco más uno grande de agua, y unos golpes de pimienta negra sirve para dar cobijo a las patas ya limpias antes de cerrar la olla. Encaja muy bien una guindilla, una hoja de laurel y sin duda sal.
Curiosamente no es un plato barato, pues la carne que tienen las patas de pollo es muy poca, pero si que es un plato antiguo, que en tiempos se hacían en casas sin muchos recursos y sobre todo que es diferente a todas las carnes que habéis probado.