Compramos un buen paquete de callos empaquetados, de esos que parecen un ladrillo. Y un frasco de cristal de garbanzos cocidos. No se trata tan solo de mezclarlos, pero casi. Ya dijimos que era un plato muy sencillo y super rápido. La calidad de los callos es fundamental, y para ello y si no lo tenéis claro, mirar el precio que suele ser un indicativo aceptable. Y en caso de dudas que sean castellanos, madrileños o de la zona de León, tiende a señalarnos los callos como más acertados.
En una olla ponemos los callos a calentar suavemente para que se vayan deshaciendo de su gelatina. Los necesitamos casi líquidos y nunca quemados. En cuanto ya estén con la gelatina líquida les añadimos los garbanzos con el propio caldo del frasco. No tengáis miedo, sus conservantes no son malos para la salud. No los permitiríamos.
Media docena de vueltas y le añadimos unos filetes de jamón serrano previamente cortados a tiras o a tacos pequeños. Dejamos todo cocer uno cinco minutos, y probamos de sabor. Normalmente el conjunto está un poco soso y hay que añadir algo de sal y también estará poco picante para mi gusto, por lo que hay que añadir por nuestra parte algo de picante.
Aquí hay decenas de posibilidades. En este caso prefiero el pimentón picante y ahumado pero también sirve unas gotas de picante de frasco habitual. No le encaja bien una guindilla pues no le vamos a dar tiempo a que suelte el sabor picante. Y a comer bien calientes y con un buen vino tinto.