Empiezan a sonar voces sobre que la crisis también ha llegado a los restaurantes de lujo españoles, una de nuestras muestras turísticas exportables de cara al mundo. Cierran grandes cocinas de más de 60 euros el servicio, cuando simplemente es que nos hemos pasado (también en esto), creando una serie de locales en número excesivo, en donde disfrutar de la gastronomía no era alimentarse sino contemplar, adivinar y oler, pero precio muy caro.
Se pueden (y deben) crear nuevas cocinas, nuevos platos y servicios, pero los clientes son lo más importante en todo negocio y cuando baja el número de personas y empresas capaces de pagar unos precios altísimos por un servicio, falla el negocio y con ello las ideas. Es cierto que España había creado una gran cocina, pero también que se sustentaba sobre frágiles peldaños de tontería social.
Un país que soporta a muchos ciudadanos, que cuando acuden a su supermercado de barrio a comprar una merluza fresca, le dicen al pescadero que no quieren la cabeza de la merluza, es que es una sociedad que necesita una crisis fuerte para espabilar.
Así, sin crisis, podríamos seguir alimentando locales que con más pena que gloria se creían poseedores de una cocina especial y de unos precios fuera de lógica, pero cuando viene los recortes, si no hay cimientos no hay empresas que soporten los problemas. No se puede tener unos precios del vino que se escapan de la lógica, no es de recibo unos platos repetitivos y sencillos de hacer en casa, pues lo que acuden a estos locales saben en gran medida apreciar la gastronomía y a fabricársela en su cocina. No se puede dar un servicio justo, con camareros poco profesionales para ahorrar costes, con prisas o servicios fuera de tiempo, sin entender que la restauración es mucho más compleja que servir comidas.
Tal vez con la actual crisis se limpie un sector que empezaba a saturarse de mucho humo y poca chicha. Lo malo es si los clientes son los que salen escaldados de estos cambios y huyen a sus casas.