Es que cada vez vamos menos a los restaurantes a alimentarnos, sobre todo si van acompañados de un precio festivo. Acudimos a que nos sorprendan, como el que va al teatro, a un concierto o a una película buena. O acudimos a estar con los amigos, con otras parejas, a reírnos y disfrutar de las compañías de otras personas.
Comer es un ritual donde unas personas sirven a otras, aunque esto suene muy feo. Y no hablo de los camareros sino de los cocineros. Durante muchos siglos ha sido así, con cocineras mas bien.
Nuestras madres y abuelas cocinaban para satisfacernos a los hombres en la mesa, aunque suene fatal. Podían estar horas al fuego, poniendo sus conocimientos al servicio de atender nuestros gustos para que durante 20 minutos acabáramos con su trabajo. Eso además de ser un ejercicio de generosidad y amor, era totalmente gratuito, nada recompensado y a veces mal entendido.
Yo incluso he conocido por mis años (hoy pocos más de 60) a las mujeres de la casa comiendo en la cocina mientras los hombres y las visitas se deleitaban en el salón con lo que las mujeres les ofrecían. Recuerdo a mi abuela en la Soria alejada, de pie en la cocina esperando una voz para seguir sirviendo. Comían de pie, fuera de la sala principal, hasta que los hijos decidieron que eso se tenía que acabar ya. Pero aun así la abuela comía junto a la puerta del salón, junto a la salida, para levantarse rauda a seguir sirviendo. Culturas muy viejas incluso de los años 1965 por poner una fecha.
Comer sentado en una mesa siempre ha sido una ceremonia, pues en las zonas rurales se comía en el campo. Y en aquellos años de mediados largos del siglo XX muchos días incluso de invierno se tenía que estar todo el día en los campos trabajando la tierra. Y se comía en el suelo, sobre mantas y telas, con navaja y bota de vino, con pan de hogaza y fiambrera. Comidas fuertes, con muchas calorías para compensar el desgaste y el frío, con platos no siempre calientes acompañados de embutidos de olla si la había o no se había agotado. Eso dependía de la capacidad económica de la familia.
Así que efectivamente, cuando se comía en la casa, en la mesa, era por algo especial. Pues incluso cuando se comía en la casa pero sin “visitas” a las que guardar honor, se comía junto al hogar, alrededor del fuego, sobre la cadiera o la bancada, al calor de la lumbre y comiendo directamente de la olla o de la sartén. Pero casi siempre hablando, pues nunca hay suficiente tiempo para estar en familia.
El “hogar” se llama hogar por eso, por ser el corazón del intercambio, de la relación, del amor viejuno y hoy inconcebible, pero es que no había otras formas en las sociedades de entonces, con poca escuela y mucho hambre.
Yo incluso he conocido por mis años (hoy pocos más de 60) a las mujeres de la casa comiendo en la cocina mientras los hombres y las visitas se deleitaban en el salón con lo que las mujeres les ofrecían. Recuerdo a mi abuela en la Soria alejada, de pie en la cocina esperando una voz para seguir sirviendo. Comían de pie, fuera de la sala principal, hasta que los hijos decidieron que eso se tenía que acabar ya. Pero aun así la abuela comía junto a la puerta del salón, junto a la salida, para levantarse rauda a seguir sirviendo. Culturas muy viejas incluso de los años 1965 por poner una fecha.
Comer sentado en una mesa siempre ha sido una ceremonia, pues en las zonas rurales se comía en el campo. Y en aquellos años de mediados largos del siglo XX muchos días incluso de invierno se tenía que estar todo el día en los campos trabajando la tierra. Y se comía en el suelo, sobre mantas y telas, con navaja y bota de vino, con pan de hogaza y fiambrera. Comidas fuertes, con muchas calorías para compensar el desgaste y el frío, con platos no siempre calientes acompañados de embutidos de olla si la había o no se había agotado. Eso dependía de la capacidad económica de la familia.
Así que efectivamente, cuando se comía en la casa, en la mesa, era por algo especial. Pues incluso cuando se comía en la casa pero sin “visitas” a las que guardar honor, se comía junto al hogar, alrededor del fuego, sobre la cadiera o la bancada, al calor de la lumbre y comiendo directamente de la olla o de la sartén. Pero casi siempre hablando, pues nunca hay suficiente tiempo para estar en familia.
El “hogar” se llama hogar por eso, por ser el corazón del intercambio, de la relación, del amor viejuno y hoy inconcebible, pero es que no había otras formas en las sociedades de entonces, con poca escuela y mucho hambre.