El zurracapote, la cuerva, la sangría, la ratafia o la queimada son ejemplos de estos ritos donde las bebidas típicas son el centro de atención con formas muy similares, y donde todo lo que configura el ritual es mucho más que simplemente beber.
Un “jefe” mezcla varios ingredientes en una olla común, los revuelve y los mima, les habla y nos habla en una ceremonia a veces incluso larga, dentro de un rito donde existe incluso un “truco” personal de cada uno de los cocineros “Jefes de Grupo” para conformar una bebida que servirá de base a una jornada generalmente nocturna, donde se mezclan adoraciones, fiestas y tratos.
El lugar y la pieza de cerámica o barro para hacer la mezcla es común para todos, y luego cada comensal o bebedor tiene su propio recipiente que utiliza para ir sacando la bebida y beberla en un orden establecido. Nadie se salta ese orden. Algo que también sucede en el Norte de España con la sidra o con los vinos en bodegas y lagares, pero con algunas peculiaridades.
Estas bebidas rituales se componen casi siempre de elementos e ingredientes muy comunes. Un vino o una bebida base y común, un azúcar para que entre bien y aumente el alcohol, frutas dulces y ácidas y algunas especia. Bebidas que se “hacen” en el acto o que se preparan con anterioridad para que fermenten algo y que luego se complementan en la noche del rito añadiendo conjuros, con bendiciones, con fiestas de bailes y danzas.
Reunidos alrededor de un fuego podría ser el primer concepto social de lo que todavía seguimos utilizando con el nombre de tabernas, bares, cafeterías de charla y bebida. Lugares de historia social en los que se acuerda, se discute mientras se habla, se firma con la palabra y el sorbo, se crea sociedad y economía sin escribir.