En esos complejos mecanismos comerciales que casi nos obligan a comer lo que quieren los oficinistas económicos que toman las decisiones en sus despachos, podemos observar desde hace unos años que el precio de las cosas de comer, de los teóricos segundos platos, ya no tiene nada que ver con su calidad sino con el precio que estamos dispuestos a pagar por ese segundo plato, y me voy a explicar.
El comerciante sabe que necesitan para una familia media entre 600 y 700 gramos de comida, o lo que es lo mismo para ellos: entre 4,50 y 7 euros de gasto. Y con esos baremos adaptan los paquetes y los precios finales de cada elemento.
Las diferencias las marcan ligeramente el tipo del producto, pero no mucho, o al menos mucho menos que antes.
Luego tenemos el ejemplo de las imágenes de arriba. Somos capaces de adaptar el precio del producto para que no se haga competencia sobre sus homólogos por comparación en el lineal. Y nos podemos encontrar casos como este, donde el cuello de cordero, hasta hace una década un producto muy barato, es capaz de competir en precio kilo con cualquier otro producto.
La inflación le ha afectado mucho más al cuello de cordero, pues de seguir a 3 euros el kilo en vez de a 8 euros el kilo, ese paquete que se vende a 2,69 euros se tendría que vender a 1 euro.
Y claro, no es eso, pues entonces menos clientes comprarían el ternasco normal. Sin contar que el valor del paquete se compone de la carne, pero también de los envoltorios, del tiempo utilizado en envolver y luego en cobrar, etc. ¿O acaso crees que los dos tipos de plástico de la bandeja no los pagas tú, aunque los tires?
Está muy claro que el cuello es para caldo o para hacerlo guisado con patatas y que tiene un tipo de clientes muy determinado, pero el que quiera cuello sabe que lo tiene que pagar más caro que la ternera si analizamos el peso del hueso. Pero nadie se dedica a eso.
Lo que permite vender una carne que se consume poco o que era muy barata hace no mucho tiempo, en una carne cara, pues es casi todo hueso o partes no utilizables.
Claro que… ¿por qué tiene que ser barato un caldo de los buenos hecho con carne sabrosa, se preguntan los comerciantes?