Los calçot son unas cebolletas tiernas, largas y lisas, tipo
puerros más que cebollas, con un sabor algo dulce como los puerros, que de
siempre se han vendido entre enero y marzo en la zona baja de Cataluña, en
donde lo cocinaban generalmente a la brasa de una parrilla de leña, en reuniones de amigos y fiesta.
Se toman con las manos, y se come su interior desechando las
hojas externas más quemadas, y pasando la verdura por una salsa tipo romesco.
Para evitar que se enfríen y para que suden algo con el calor, se sirven envueltas en papel de periódico y los comensales suelen acudir o con ropa de poco valor o con baberos, pues las manchas son constantes al comer los calçot con las manos, elevándolos sobre la cabeza y tomándolos a lo sumo en dos bocados.
Para evitar que se enfríen y para que suden algo con el calor, se sirven envueltas en papel de periódico y los comensales suelen acudir o con ropa de poco valor o con baberos, pues las manchas son constantes al comer los calçot con las manos, elevándolos sobre la cabeza y tomándolos a lo sumo en dos bocados.
Todo se exporta, sobre todo si es bueno y ahora ya son muchos
los restaurante que los sirven. Primero en toda Cataluña y ahora ya en varios
de Madrid y no siempre restaurantes de cocina catalana.
Se venden en atados de 25 o 50 ejemplares, y también se
pueden hacer en casa, en sartén, aunque no es lo mismo, pero no siempre es
posible hacer brasa en el salón de casa.
Con un gota de aceite y sal sobre los calçot, los ponemos
sobre una sartén bien caliente tipo plancha, de las que son onduladas o de las
planas, dejando que se queme ligeramente las hojas exteriores. La fiesta no es
la misma, el sabor parecido, y en caso de quedar duros por dentro según el tipo
de cocina empleada, se pueden cocinar tapados para que suden algo por dentro y
salgan más blanditos.
Es importante disponer de una buena salsa romesco si se
quiere tomar con gran parte de su sabor original, pero personalmente suelo
mojar poco el calçot en la salsa, pues me gusta disfrutar de su sabor natural.