A todos (a casi todos más
bien) nos encanta el marisco. Por cierto, nada como el marisco que siendo recién
cocido, esté todavía un poco caliente. Nunca langostinos fríos de la nevera o nécoras a temperatura
ambiente. Huyan, pues han perdido parte de su sabor.
¿Cómo cocerlo? Nada como el agua de mar,
pero de no tener a mano, emplearemos agua sin cloro con una cucharada sopera de sal, una pizca de
azúcar y un golpe de bicarbonato. Los tiempos de cocción dependen del tipo de
marisco y del tamaño. Hay tablas por internet pero no se quede corto, mejor un minuto de más (si el marisco es grande) que un minuto de menos, excepto en la gamba pequeña o en almejas y berberechos.
Pero a lo que íbamos. Nos encantan los bueyes de mar, las centollas, los
langostinos frescos, la cigalas y los percebes casi todos ellos cocidos o a la
plancha como las sabrosísimas galeras. No soy de langosta o similares, lo
siento, porque una nécora hembra, fresca y de invierno es insuperable. Tal vez
sea por no haber probado bogavantes nacionales pues todos los que venden a precios posibles son de mares lejanos y
muchas veces no es lo mismo y resulta una carne insípida.
Me encantan los carabineros con pan para untar el aceite coloradito, pero me los han prohibido por su precio moderno. Y un simple arroz con almejas puede ser una maravilla de dioses. Estas mismas almejas, abiertas como las ostras, crudas y con una gota de limón te olvidas de la ciudad en la que vives para caer en el mar de golpe. Algo que también consigues con facilidad (el encontrarte con el mar en la boca) si tomas unos berberechos o unas tellinas recién fritas con unas gotas de aceite y unas de limón con un golpe de sal.
¿Algún marisco más?, pues si es bien fresco y de fiar, unos bígaros y unas cañaillas bien cociditas están de sueño, pero tienen que ser vivas y hay que conocer al pescatero. Y sin duda unos mejillones grandes y rojos con una vinagreta historiada, que aunque modestos, ya en las épocas de los romanos eran conocidos como las ostras rojas.
Me encantan los carabineros con pan para untar el aceite coloradito, pero me los han prohibido por su precio moderno. Y un simple arroz con almejas puede ser una maravilla de dioses. Estas mismas almejas, abiertas como las ostras, crudas y con una gota de limón te olvidas de la ciudad en la que vives para caer en el mar de golpe. Algo que también consigues con facilidad (el encontrarte con el mar en la boca) si tomas unos berberechos o unas tellinas recién fritas con unas gotas de aceite y unas de limón con un golpe de sal.
¿Algún marisco más?, pues si es bien fresco y de fiar, unos bígaros y unas cañaillas bien cociditas están de sueño, pero tienen que ser vivas y hay que conocer al pescatero. Y sin duda unos mejillones grandes y rojos con una vinagreta historiada, que aunque modestos, ya en las épocas de los romanos eran conocidos como las ostras rojas.