En Aragón somos muy dados a las ensaladas en nuestras mesas, se nota la huerta cercana en todo el Valle del Ebro. Lechugas, cebollas dulces y tomates serían la base junto al excelente aceite de oliva o las olivas negras.
Pero tenemos que decorar de sabores nuevos esas ensaladas con nuevas propuestas. Y a una ensalada clásica le encaja muy bien una manzana algo ácida en trozos pequeños, unas rodajas de piña cortada en dados, incluso unos granos de uva no muy grandes.
El aceite refuerza los sabores, la sal junto al dulzor de las frutas crea otras sensaciones gustativas, y si por encima le ponemos algo de cebollino picado, de unas hojas de menta o incluso unos pequeños toques de tomillo fresco, los sabores son totalmente distintos.
No hay que abusar de las aromáticas, pero en su justa medida refuerzas sin apoderarse de los sabores naturales de un buen tomate, de unas hojas es espinaca crudas o de una cebolla de Fuentes de Ebro.
Por cierto, el frescor que ofrecen los granos de guisante y habas pequeños y crudos es muy interesante en una ensalada. Lo aprendí en Murcia y son otro complemente que puede sorprender. Pero de tamaño pequeño y tiernos.